domingo, octubre 29, 2006




TEXTO ESCRITO Y LEÍDO POR ALMUDENA GRANDES EN EL HOMENAJE A LAS BRIGADAS INTERNACIONALES CELEBRADO EN RIVAS VACIAMADRID EL DOMINGO 8 DE OCTUBRE DE 2006

El 8 de noviembre de 1936, los madrileños que madrugaron para contemplar un milagro, escucharon cantar La Internacional como nunca antes.
Hacía semanas que en la ciudad se oía aquel himno a todas horas. Sus ciudadanos lo cantaban, lo gritaban, lo repetían, como una fórmula mágica, el símbolo de su rabia o una desesperada llamada de auxilio. El fascismo quería entrar en Madrid, y Madrid quería ser la tumba del fascismo. Por eso, el 6 de noviembre, al caer la noche, los cines de la Gran Vía se habían convertido en las improvisadas cajas de reclutamiento de los sindicatos. Y desde la madrugada del día 7, Madrid resistía, resistían los albañiles, resistían los panaderos, resistían los peluqueros en el Parque del Oeste y los maestros de primaria en el frente de Usera. No pasarán, y no habían pasado. Pero frente a la potencia de un ejército profesional, Madrid no tenía más que a sus hijos, y éstos, mal vestidos, mal armados, apenas entrenados, aún no eran soldados del todo. Habían aguantado treinta horas, y sin embargo seguían siendo albañiles, panaderos, peluqueros, maestros de primaria transfigurados por su determinación, por su coraje, pero también inexpertos, exhaustos. Y entonces, por la calle Atocha, empezó a sonar La Internacional, y los madrileños, que no la entendían, la entendieron mejor que nunca.
Jamás esa canción fue tan digna de su nombre. Jamás, como cuando desfilaron por Antón Martín, camino del frente, los tres batallones de la XI Brigada Internacional al mando del general Kleber. Los madrileños que madrugaron para contemplar el milagro vieron en ellos mucho más que su disciplina, más que sus uniformes, que sus armas, todas iguales, y las relucientes ametralladoras que llevaban en carros con ruedas de caucho. Vosotros, los brigadistas, fuísteis para ellos mucho más que eso. Con vosotros llegó la esperanza, la fe en la razón, y la propia razón de la democracia española, que crecía y se afirmaba en cada paso de vuestras botas, como las estrofas de La Internacional, cantadas en casi una veintena de idiomas distintos, se convertían en una canción de amor, la leyenda de una generosidad, de una fraternidad incomparable.
Queda una hermosa foto del momento de vuestra llegada. Cuatro muchachas sonrientes, muy guapas, muy jóvenes, sosteniendo una pancarta: A los Internacionales, ¡salud, hermanos! El elemento más importante, el más valioso de esta imagen, no se ve, y sin embargo todavía estremece mi mirada. A los Internacionales, ¡salud, hermanos! Una pancarta, cuatro muchachas, cuatro sonrisas y algo más, que no se ve pero se siente, y que es alegría.
¿Cómo puede pagarse la alegría? ¿Cómo puede pagarse la esperanza, la fe, una generosidad como la vuestra? El tiempo no pasa por los gestos admirables, no desgasta el ejemplo de los hombres dignos de admiración. Han pasado 70 años y sin embargo, la razón sigue estando en el mismo sitio, el heroísmo también. El auténtico heroísmo, que no es insensatez, que no es temeridad ni arrogancia, sino coherencia con las convicciones más íntimas, la entereza de hacer lo que uno siente que tiene que hacer. Han pasado 70 años, pasarán muchos años más, y vosotros seguiréis estando vivos, allá donde se pronuncie la palabra alegría, donde se mencionen la esperanza y la fraternidad, una fe en el ser humano que nunca morirá, como vosotros no moriréis nunca.
Gracias, hermanos. Gracias siempre y para siempre, gracias todavía. Aquel milagro que no morirá nunca, duró dos años justos. Dos años después de que La Internacional atronara entre las aceras de la calle Atocha en tantos idiomas distintos y uno solo, don Juan Negrín, presidente del gobierno de la República Española, tomó la decisión de despediros, que él mismo calificaría como una de sus decisiones más amargas. El mundo no apreció aquel sacrificio, como no había apreciado ninguno de los que el pueblo español había aceptado en el nombre de su libertad, de la justicia y el futuro de sus hijos. En el otoño de 1938, Barcelona fue el escenario de otro desfile, más triste que el del 8 de noviembre de 1936, pero igual de emocionante.
Aquel día, Dolores Ibárruri se dirigió primero a sus compatriotas y les dijo: “Cuando pasen los años y las heridas de guerra se hayan restañado, hablad a vuestros hijos de las Brigadas Internacionales. Decidles cómo estos hombres lo abandonaron todo y vinieron aquí y nos dijeron: estamos aquí porque la causa de España es la nuestra”. Después os habló a vosotros: “Podéis iros con orgullo, pues sois historia, sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz eche de nuevo sus hojas, ¡volved!”.
Habéis vuelto, y con vosotros han vuelto todos. Los que se quedaron aquí para siempre, los que siguieron luchando cuando la lucha contra el fascismo desbordó la frontera de los Pirineos, los que murieron por la libertad de otros pueblos, los que vivieron lejos, soñando con la libertad de España. Todos ellos están aquí, con vosotros, con nosotros. El tiempo no pasa por los hombres admirables, no desgasta su ejemplo, su leyenda. Lo sabemos porque nos lo enseñó un viejo poeta español, el más grande de los nuestros.
Un mes después de vuestra partida, en diciembre de 1938, don Antonio Machado nos convocó a todos aquí, esta noche. “Para los historiadores, para los estrategas, para los políticos –dijo-, todo estará claro: hemos perdido la guerra... Pero humanamente no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado.”Gracias, hermanos. Gracias siempre y para siempre. Gracias todavía. Gracias por haber venido a ganar con nosotros, esta noche, la guerra de la causa de la Humanidad.

Almudena Grandes